1984, la distopía Orwelliana de América Latina
- Einjander
- 19 abr
- 3 Min. de lectura
El mundo imaginado por George Orwell en 1984 —con su Gran Hermano omnipresente, su manipulación del lenguaje y su control absoluto de la realidad— ha dejado de ser una ficción para convertirse en un manual de gobierno en varias naciones latinoamericanas. México, Brasil, Nicaragua, Venezuela y Cuba, cada uno a su manera, han desarrollado versiones tropicalizadas de los mecanismos de control descritos en la obra maestra de Orwell. Pero mientras el autor británico concibió su novela como una advertencia, estos regímenes la han leído como una guía de usuario.
En 1984, el Partido controla la información a través del "doblepensar" y el "ministerio de la verdad". En América Latina, este control adopta formas más sutiles pero igualmente efectivas. México, bajo la retórica de la "Cuarta Transformación", ha perfeccionado el arte de la posverdad institucional: el expresidente López Obrador ofrecía mañaneras que duraban horas, en las que los datos incómodos eran desacreditados como "noticias falsas" y las críticas se atribuían a "conservadores resentidos". El modelo de programa televisivo tipo revista que no está sujeto a horario de fin, más que al humor del mandatario, fue heredado por su gran efectividad a su sucesora, la presidente Sheinbaum que, sin dudar, ha usado el mismo formato para los mismos fines. Pero, según el Índice Mundial de Libertad de Prensa 2023, México ocupó el puesto 127 de 180 países, habiendo caído 23 posiciones desde 2018. Los periodistas que investigan corrupción o narcotráfico enfrentan una elección orwelliana: autocensura o muerte.
Brasil, durante el gobierno de Bolsonaro, experimentó su propia versión del "ministerio del amor". El entonces presidente usaba las redes sociales para atacar a jueces, periodistas y cualquier voz disidente, mientras su gabinete promovía teorías conspirativas que negaban la realidad científica. La pandemia de COVID-19 se convirtió en un caso de estudio: mientras Bolsonaro minimizaba el virus ("es solo una gripecita"), Brasil acumulaba más de 700,000 muertos. Como en 1984, los hechos objetivos perdieron valor frente a la narrativa oficial.
Nicaragua ha llevado el control orwelliano a niveles casi literales. Daniel Ortega, el eterno comandante convertido en patriarca autoritario, ha eliminado toda oposición mediante encarcelamientos masivos y leyes mordaza. El artículo 66 de la Constitución nicaragüense, que garantiza la libertad de expresión, ha sido vaciado de contenido como la neolengua de Orwell vaciaba las palabras de significado. Los medios independientes han sido confiscados o cerrados, y las protestas ciudadanas se reprimen con violencia estatal. Nicaragua ya no tiene proles ignorantes como en 1984; tiene una población aterrorizada que aprende cada día que la disidencia es sinónimo de desaparición.
Venezuela es quizás el caso más cercano al mundo de 1984. Nicolás Maduro ha construido un sistema donde los alimentos se usan como herramienta de control social (los CLAP), donde las estadísticas oficiales son pura ficción (la inflación superó el 1,000,000% en 2021 según estimaciones independientes), y donde el partido único ha reescrito la historia para convertir a Hugo Chávez en una figura semidivina. El "socialismo del siglo XXI" venezolano funciona como el ingsoc de Orwell: una ideología flexible que justifica cualquier contradicción. Cuando hay escasez, es culpa del "imperio"; cuando hay represión, es "protección de la revolución".
Cuba, la pionera en estos métodos, ha perfeccionado el control orwelliano durante seis décadas. El Partido Comunista no necesita pantallas en cada esquina vigilando a los ciudadanos; ha internalizado tan bien el Gran Hermano que los cubanos se vigilan a sí mismos. La doble moral ("doble pensar" en términos orwellianos) es una habilidad de supervivencia: se aplaude al gobierno en público mientras se critican sus políticas en privado. El internet controlado, los periodistas independientes encarcelados y el monopolio estatal sobre la información completan el cuadro.
Sin embargo, hay una diferencia crucial entre 1984 y estas administraciones latinoamericanas: Orwell imaginó un régimen de eficiencia burocrática implacable, mientras que estos gobiernos tropicales combinan autoritarismo con caos. Son distopías con sabor a carnaval, donde la corrupción y la incompetencia a menudo socavan el control totalitario.
El filósofo italiano Umberto Eco identificó catorce características del fascismo eterno; estas administraciones han demostrado que también existe un orwellianismo eterno adaptable a cualquier ideología. Como escribió el novelista mexicano Jorge Volpi: "En América Latina, el realismo mágico no es un género literario; es un manual de gobierno".
Al final, 1984 nos advirtió que el futuro sería un lugar donde la verdad sería borrada día a día. En estas latitudes, ese futuro llegó hace tiempo, vestido de revolucionario, neoliberal o reformista, pero siempre con el mismo apetito por el poder absoluto. La pregunta orwelliana sigue vigente: ¿cómo resistir cuando la mentira se convierte en verdad oficial? Quizás la respuesta esté en no olvidar que, como escribió Orwell, "en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario".
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