Burlar al Señor de las Tinieblas
- Einjander
- 11 abr
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 9 may
El Diablo, ese viejo tahúr cósmico que lleva milenios perfeccionando su juego de espejos, ha encontrado a lo largo de los siglos adversarios inesperados que han volteado sus propias artimañas en su contra. No son santos de altar ni mártires de leyenda, sino figuras liminales que han caminado por el filo de la navaja entre lo divino y lo profano, armadas únicamente con la agudeza de su intelecto y la audacia de su espíritu. Fausto, Don Juan Tenorio y John Constantine forman parte de este linaje secreto de vencedores improbables, cada uno trazando un camino distinto pero igualmente fascinante para derrotar al maestro de la mentira en su propio terreno.
El doctor Fausto, ese erudito hambriento de saber absoluto, no se contentó con los límites del conocimiento humano y firmó su pacto con sangre. Pero su verdadera genialidad no fue vender su alma, sino convertir el mismo contrato en su salvación. En la versión inmortalizada por Goethe, Fausto escapa a las garras de Mefistófeles no por arrepentimiento o intervención divina, sino mediante la más pura expresión de su naturaleza insaciable: su eterna búsqueda de lo inalcanzable. El instante en que podría decir "detente, eres tan bello" nunca llega, porque su espíritu inquieto transforma cada logro en un nuevo punto de partida. Así, el gran burlador es burlado por la misma hambre de conocimiento que creía poder explotar.

Don Juan Tenorio, el seductor eterno, tomó un camino radicalmente opuesto pero igualmente efectivo. Donde Fausto usó el intelecto, Don Juan empleó la pura fuerza de su autenticidad existencial. En su famoso encuentro con la estatua del Comendador, no se arrodilla ni suplica perdón, sino que mantiene su postura desafiante hasta el último momento. "¡Qué largo me lo fiáis!", exclama con esa mezcla de arrogancia y coherencia que lo define. Algunas interpretaciones sugieren que es precisamente esta falta de arrepentimiento lo que lo salva, pues sería una traición a su esencia pedir clemencia. El Diablo, acostumbrado a lidiar con almas vacilantes, no sabe qué hacer con un hombre que abraza su condena con los brazos abiertos.

En el extremo más contemporáneo de este espectro se encuentra John Constantine, el mago callejero de gabardina manchada y cigarrillo perpetuo. Este antihéroe del cómic moderno no se molesta en filosofar sobre su destino ni en seducir a sus verdugos, sino que estudia las reglas del infierno con la meticulosidad de un abogado que prepara su caso. Cuando en "Historia de Sangre" logra exiliar al mismo Lucifer a la Tierra, lo hace encontrando vacíos legales en la misma cosmología infernal. Su victoria no proviene de la pureza moral ni de la fuerza bruta, sino del conocimiento sucio de quien ha pasado demasiado tiempo en las cloacas de lo oculto.

Pero más allá de estos tres arquetipos literarios, existe un modelo de victoria sobre el Maligno que trasciende la ficción: el relato de las tentaciones de Cristo en el desierto. Aquí no hay pactos firmados con sangre ni juegos de palabras ingeniosos, sino una demostración magistral de cómo vencer al "Príncipe de este Mundo" mediante la combinación perfecta de sabiduría espiritual y fortaleza interior.
Cuando Satanás le ofrece convertir piedras en pan, Cristo responde citando las Escrituras: "No solo de pan vive el hombre". Ante la tentación de lanzarse desde el pináculo del templo para ser salvado por ángeles, replica: "No tentarás al Señor tu Dios". Finalmente, cuando se le muestran todos los reinos del mundo y su gloria, despacha la oferta con un simple: "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás". En cada caso, no emplea fuerza sobrenatural ni argumentos complejos, sino la verdad desnuda y una voluntad inquebrantable.
¿Qué une a estos vencedores tan dispares? Un análisis profundo revela siete cualidades esenciales que conforman el perfil de quien puede desafiar al Señor de la Mentira y salir victorioso:
El conocimiento transgresor ocupa el primer lugar, no ese saber académico que se acumula en bibliotecas, sino ese conocimiento íntimo de los mecanismos del poder y la tentación que solo se adquiere caminando por el filo del abismo. Fausto lo demostró al estudiar hasta los rincones más oscuros de la magia, igual que Constantine al aprender cada cláusula oculta en los contratos infernales.
El desapego radical constituye la segunda arma. Cristo lo mostró al rechazar pan, milagros y reinos terrenales. El Diablo siempre apuesta a nuestra necesidad, a nuestros anhelos más básicos, y cuando encuentra a alguien que puede prescindir de todo, sus estrategias se vuelven inútiles.
La ironía metafísica, esa capacidad de jugar con las reglas hasta volverlas contra su creador, forma el tercer pilar. Don Juan baila con la moral convencional hasta dejarla sin sentido; Constantine encuentra vacíos legales en la misma legislación infernal.
La autenticidad inquebrantable completa el cuadro. El Diablo está acostumbrado a lidiar con pecadores arrepentidos o santos en duda, pero no sabe qué hacer ante alguien que abraza su naturaleza sin ambages, sea esta buena o mala.
A estas cuatro cualidades centrales se suman tres más: la paciencia cósmica de quien entiende que el tiempo humano no es el tiempo divino; el dominio del lenguaje como arma creadora y destructora; y finalmente, el amor entendido no como debilidad sentimental, sino como acto supremo de rebeldía contra un universo que a menudo parece regido por la crueldad y el azar.
En última instancia, estos vencedores del Maligno nos enseñan que la batalla contra las fuerzas de la mentira y el engaño no se gana con pureza ingenua ni con violencia desatada, sino con esa combinación casi alquímica de sabiduría, valor y autoconocimiento que los antiguos llamaban "gnosis". Como escribió el poeta Rilke: "Todo ángel es terrible", y quizás sea necesario enfrentar ese terror con los ojos bien abiertos para emerger victorioso.
En nuestro mundo moderno, donde el Mal se ha vuelto más difuso pero no menos real, estos arquetipos siguen ofreciendo un mapa para navegar por los territorios más oscuros del alma y la sociedad. Porque al final, como sabían Fausto, Don Juan y Constantino, la verdadera victoria no consiste en destruir al Diablo, sino en aprender a bailar con él sin perder el ritmo de nuestro propio corazón.
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