El Primero y el Último
- Einjander
- 10 jun
- 2 Min. de lectura
El cielo era una herida abierta, rojo como el interior de una granada. El último hombre en la Tierra, un anciano de nombre Jonas, se aferraba a una roca mientras el viento le arrancaba lágrimas. De pronto, una sombra se materializó frente a él.
—¿Por qué lloras? —preguntó el extraño. Su voz resonó como un trueno bajo el agua.
Jonas alzó la vista. El hombre que tenía enfrente era alto, desnudo, con la piel cubierta de ceniza y los ojos brillantes como estrellas recién nacidas.
—¿Quién eres? —toseó Jonas, escupiendo tierra.
—Fui el primero. El que abrió los ojos cuando el mundo aún no tenía nombre.
Jonas lo miró con incredulidad. El Primer Hombre se sentó a su lado, indiferente al polvo que se levantaba en remolinos.
—Viniste demasiado tarde —murmuró Jonas—. No queda nada.
—¿Nada? —El Primer Hombre señaló el horizonte—. El sol sigue ahí. Las piedras también.
—¡No hay gente! ¡No hay futuro!
El Primer Hombre sonrió, como si Jonas hubiera dicho algo gracioso.
—Cuando yo nací, tampoco había futuro. Ni pasado. Solo el presente, infinito y vacío.
Jonas apretó los puños.
—Pero tú lo construiste todo. Nos diste el fuego, la palabra, la rueda...
—Y ustedes los convirtieron en armas.
El viento aulló entre ellos. Jonas sintió el peso de mil generaciones aplastándole el pecho.
—¿Por qué viniste? ¿Para burlarte?
El Primer Hombre extendió una mano hacia el cielo.
—Para cerrar el círculo. El primero debe presenciar el final. Es la regla.
Jonas quiso reír, pero solo le salió un gemido.
—¿Y ahora qué? ¿Nos sentamos a ver cómo muere el mundo?
El Primer Hombre se levantó. Su silueta se recortó contra el sol agonizante.
—No. Ahora viene lo interesante.
Jonas frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
El Primer Hombre lo miró con esos ojos que habían visto nacer los océanos.
—Esto nunca fue real. Solo un sueño. Mi sueño.
Jonas sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.
—¿Qué...?
—Despierta —susurró el Primer Hombre.
Y entonces Jonas abrió los ojos.
Estaba acostado en la hierba fresca, bajo un cielo azul incontaminado. A su alrededor, hombres y mujeres de piel oscura recolectaban frutos, reían, vivían.
El Primer Hombre, ahora joven y fuerte, le tendió la mano para ayudarlo a levantarse.
—Bienvenido al principio —dijo.
Jonas miró sus propias manos. Eran jóvenes otra vez.
—Pero... ¿el fin del mundo?
—Solo una pesadilla. La última.
Y así, mientras el primer rayo de sol acariciaba la tierra virgen, el último hombre en la Tierra se convirtió en el segundo.
El círculo, al fin, estaba completo.
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