Jesús: la mercancía Sagrada
- Einjander
- 11 abr
- 4 Min. de lectura
Desde que la figura de Jesús de Nazaret trascendió los evangelios para convertirse en arquetipo universal, su imagen ha sido esculpida, mercantilizada y transgredida con una fascinación que oscila entre la devoción y el escándalo. Este ensayo explora cómo el carpintero de Galilea se ha transformado en el espejo más revelador de nuestras obsesiones colectivas, analizando tres dimensiones fundamentales: su consagración como obra de arte, su uso como instrumento de provocación y su conversión en producto de consumo masivo. A través de este recorrido, descubriremos que cada época reinventa a Jesús a su imagen y semejanza, revelando más sobre nuestras neurosis culturales que sobre el personaje histórico.

I. El Jesús Estético: La Búsqueda de lo Sublime
La historia del arte occidental puede leerse como un prolongado intento por capturar la esencia divina a través de la figura de Cristo. Desde los primeros iconos bizantinos hasta las instalaciones contemporáneas, los artistas han librado una batalla titánica contra las limitaciones humanas para representar lo trascendente.
Los maestros del Renacimiento elevaron esta búsqueda a su máxima expresión técnica y espiritual. La Pietà de Miguel Ángel (1499) no es solo un mármol perfecto: es una teología hecha forma, donde la curva del brazo de Cristo muerto repite la caída de Adán en la Capilla Sixtina, uniendo en un solo gesto la Caída y la Redención. El cuerpo lánguido, colocado sobre el regazo virginal, pesa como el pecado del mundo mientras el rostro de María refleja una serenidad que trasciende el dolor humano. Esta paradoja -la belleza que nace del sufrimiento- sería retomada siglos después por Bacon en sus Crucifixiones distorsionadas, donde la carne parece derretirse bajo el peso de la existencia.
El Barroco llevó esta estetización al paroxismo. Rubens pintó a un Cristo atlético, casi sensual, cuya sangre brilla como coral sobre pieles nacaradas. Caravaggio, por contra, nos mostró al Hijo del Hombre como un plebeyo, con uñas sucias y pies callosos, elevando lo vulgar a categoría sacra. Esta tensión entre lo ideal y lo real alcanza su cenit en el Cristo muerto de Mantegna, con sus pies perforados que parecen salir del cuadro hacia el espacio del espectador -un recordatorio de que el arte puede ser puente hacia lo divino.
El siglo XX fracturó estas representaciones tradicionales. Dalí, en su Cristo de San Juan de la Cruz (1951), suspendió el cuerpo sobre un paisaje cósmico, convirtiendo la crucifixión en ecuación matemática perfecta. Chagall, en cambio, pintó a Jesús como judío errante, con talit y cirio pascual, reclamando su identidad originaria. Estas reinvenciones demuestran que cada generación debe redescubrir a Cristo a través de sus propias categorías estéticas y existenciales.
II. El Jesús Polémico: Transgresión como Revelación
El arte sacrílego ha sido históricamente el espejo más incómodo para la Iglesia. Cuando Andrés Serrano presentó Piss Christ (1987) -un crucifijo sumergido en orina del propio artista- no buscaba meramente escandalizar. La obra, bañada en luz dorada que recuerda los iconos bizantinos, planteaba una pregunta radical: ¿no es más blasfemo reducir a Cristo a souvenir religioso que sumergirlo en fluidos corporales? La polémica alcanzó tal nivel que el entonces senador Jesse Helms mostró la foto en el Congreso estadounidense para argumentar contra el financiamiento público al arte, ignorando que la obra había sido adquirida con fondos privados.
León Ferrari llevó esta crítica más lejos. Su Civilización Occidental y Cristiana (1965) mostraba a un Cristo crucificado sobre un bombardero norteamericano, conectando directamente la iconografía religiosa con la violencia imperial. La instalación fue prohibida en Argentina durante la dictadura, demostrando cómo el poder político y religioso se alían contra las interpretaciones incómodas de lo sagrado.
El cine ha sido terreno fértil para estas relecturas. Pasolini, en El Evangelio según San Mateo (1964), filmó a Cristo como líder revolucionario, con planos secos que recuerdan el neorrealismo italiano. Scorsese, en La última tentación de Cristo (1988), mostró a un Jesús atormentado por sueños de vida mundana, enfatizando su humanidad sobre su divinidad. La película fue prohibida en múltiples países y el director recibió amenazas de muerte, demostrando que ciertas imágenes de Cristo están más protegidas que el propio mensaje evangélico.
III. El Jesús Pop: Mercancía y Meme
En la era del capitalismo tardío, Jesús se ha convertido en superstar global. Las tiendas cristianas venden botellas de agua bendita con su imagen, camisetas con el lema "Jesus is my homeboy" y hasta muñecos de acción de la "Army of God". Este merchandising espiritual genera miles de millones anuales, en una paradoja que el mismo Jesús anticipó al expulsar a los mercaderes del templo.
Las redes sociales han acelerado esta mercantilización. El "Jesus TikTok" -con sus edits de películas bíblicas sincronizados con música electrónica- ha acumulado miles de millones de visitas. Los memes que muestran a Cristo dando like a milagros o haciendo skate sobre las aguas reducen lo sagrado a gag visual, pero también democratizan su imagen, arrebatándosela a las instituciones eclesiásticas.
En Latinoamérica, esta apropiación popular adquiere matices únicos. El Cristo Negro de Portobelo, en Panamá, es venerado tanto en procesiones como en reggaetones. El Señor de los Milagros peruano inspira desde óleos coloniales hasta grafitis urbanos. Estas manifestaciones demuestran cómo las comunidades marginadas han reclamado a Jesús como símbolo de resistencia cultural.
IV. Jesús como Espejo Cultural
Nuestras representaciones de Cristo funcionan como radiografías de cada época. El Cristo Pantocrátor bizantino reflejaba una teocracia imperial. El Jesús sufriente de la Contrarreforma mostraba una Iglesia bajo asedio protestante. El Cristo rojo de los muralistas mexicanos encarnaba las luchas sociales posrevolucionarias.
Hoy, nuestro Jesús posmoderno es múltiple y contradictorio: influencer espiritual para algunos, meme para otros, arma política para muchos. Esta fragmentación revela nuestra incapacidad para abarcar lo sagrado en su totalidad, reduciéndolo a pedazos digeribles.
Quizás la representación más honesta sea la del Ecce Homo borroso que la anciana Cecilia Giménez "restauró" en 2012: un Jesús imperfecto, vulnerable, reconstruido una y otra vez por manos humanas. Como escribió Dostoyevski en El idiota, "la belleza salvará al mundo". Pero esa belleza no está en las imágenes pulidas, sino en los rasgos distorsionados por nuestro amor, nuestra rabia y nuestra necesidad de creer.
Al final, el Jesús cultural -ese collage de arte, comercio y blasfemia- es el único que puede habitar nuestro imaginario colectivo: tan divino como humano, tan sagrado como profano, tan eterno como profundamente contemporáneo. Un espejo donde, al buscar el rostro de Dios, encontramos reflejadas nuestras propias contradicciones.
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