Justicia deportiva: la categoría "Trans"
- Einjander
- 21 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 9 may
La modernidad ha sido testigo de transformaciones que, antaño, habrían parecido delirios de ciencia ficción o tragedias griegas reescritas en clave biotecnológica. Entre ellas, pocas tan delicadas y candentes como la disputa en torno a la inclusión de mujeres trans en las categorías femeninas de distintos deportes. La tensión no reside solo en la opinión moral, sino en los hechos físicos, biológicos y competitivos que estas decisiones movilizan. La pregunta que emerge, como una duda luminosa y peligrosa a la vez, es la siguiente: ¿es hora de instituir una nueva categoría deportiva, una categoría Trans, que honre la identidad sin anular la realidad física?
Los deportes, al igual que la filosofía, son una celebración del cuerpo. Pero también son estructuras de competencia que se construyen sobre una base elemental: la equidad. Y la equidad, en su versión atlética, ha estado siempre anclada a la biología. No porque el deporte adore el cuerpo como destino, sino porque reconoce que ciertas diferencias estructurales entre hombres y mujeres, tales como la densidad ósea, la capacidad pulmonar o la masa muscular, son determinantes en el desempeño. Estas diferencias, lejos de ser desprecio hacia la identidad, son datos de una realidad material que no puede ni debe ser invisibilizada por ideologías bien intencionadas.
Casos como el de Lia Thomas, nadadora trans que compitió en el circuito femenino estadounidense tras una etapa masculina, han provocado un debate de dimensiones mundiales. La evidencia empírica es contundente: a pesar de la terapia hormonal, el cuerpo que ha sido expuesto durante años a la testosterona presenta una superioridad atlética que no desaparece fácilmente. En boxeo, donde el contacto es directo y los riesgos corporales son extremos, la participación de atletas trans ha encendido alarmas sobre la seguridad de las oponentes cuya identidad de género coincide con su sexo -llamadas "cisgénero" en esta pléyade de nuevas identidades-. Esta situación ha obligado a federaciones y comités éticos a reevaluar las condiciones de admisión, llevando a la exclusión de mujeres trans de algunas categorías femeninas. No como acto de discriminación, sino como defensa de la justicia deportiva.
Y sin embargo, el dilema persiste. Porque lo humano no es solo biológico: también es simbólico, afectivo, social. Reconocer la identidad de una persona trans implica aceptar que el género es, en parte, una construcción cultural y psicológica. Pero cuando esa construcción entra al terreno del deporte competitivo, donde los milésimos de segundo o el centímetro pueden determinar el triunfo, la línea entre respeto y ventaja se vuelve difusa. Pretender que la identidad puede sustituir a la fisiología no es inclusivo: es epistemológicamente erróneo y físicamente injusto.
Es por ello que surge una alternativa que, lejos de ser excluyente, podría convertirse en una revolución deportiva: la creación de una categoría Trans. Esta categoría no solo permitiría que atletas trans compitan en condiciones equivalentes, sino que dignificaría su presencia en el mundo del deporte sin reducirla a una excepción o a una anécdota polémica. En esta categoría, la diversidad no sería un obstáculo sino una plataforma. Sería un espacio donde la biografía corporal y la identidad se encuentren en una disputa justa, sin ventajas ni concesiones artificiales.
Los fundamentos científicos para esta propuesta son sólidos. Estudios de endocrinología, fisiología del ejercicio y medicina del deporte han demostrado que incluso después de la supresión hormonal, muchos parámetros de ventaja fisiológica se mantienen. Esto no debe ser interpretado como una condena, sino como una invitación a repensar las estructuras deportivas desde la evidencia y no desde el temor a ofender. Una categoría Trans podría incluso elevar el nivel del deporte, al permitir nuevas formas de competencia, nuevos récords, nuevas narrativas.
Desde el punto de vista sociológico, este cambio representaría una madurez civilizatoria. No se trata de volver al binarismo radical, ni de eliminar la conquista de derechos, sino de asumir que toda inclusión requiere una logística y una arquitectura propia. Ser visible no es lo mismo que ser igual. Y ser igual no siempre implica competir bajo las mismas reglas. La categoría Trans podría ser un puente: entre la biología y la identidad, entre el derecho y la ciencia, entre el respeto individual y la justicia colectiva.
En una era donde lo trans se ha convertido en uno de los focos culturales y políticos más intensos, el deporte no puede permanecer como un campo de batalla sin salida. Necesitamos una salida creadora. No para excluir, sino para honrar todas las formas del ser. La categoría Trans, bien diseñada, sería un acto de amor hacia el cuerpo, hacia la diversidad y hacia la competencia justa. Porque el deporte, en su más alta expresión, no es la glorificación de la fuerza, sino la celebración de la condición humana en todas sus variaciones posibles.
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