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Las Crónicas de Jander. Vol 1.

  • Foto del escritor: Einjander
    Einjander
  • 20 jun
  • 3 Min. de lectura

El lugar era una extraña burbuja dimensional, un salón flotante en el vacío del cosmos, con ventanas que mostraban los paisajes de seis planetas distintos. Una mesa redonda de metal pulido reflejaba las luces tenues, y alrededor de ella, seis seres muy diferentes se observaban con curiosidad y desconfianza.

"¿Dónde estamos?" —preguntó Kael, el ciudadano de Naboo, ajustándose el elegante chaleco de seda que llevaba. Su acento era refinado, propio de la realeza de Theed.

"No importa. Lo que importa es por qué nos reunieron" —gruñó Ghorak, el Namekiano verde, cruzando sus largos brazos. Su voz era grave, pero no amenazante.

"Quizás sea una prueba" —susurró Sylwanin, la Na'vi Onomatikaya, inclinando sus orejas puntiagudas. Su cuerpo azul brillaba bajo la luz artificial.

"O una trampa" —roncó Dakkar, el Yautja (Depredador), ajustando su máscara biométrica. Sus colmillos asomaban bajo el borde metálico.

"Yo solo sé que no hay salida" —murmuró Lena, la humana de la Tierra, mirando nerviosa a su alrededor.

"El desierto no perdona preguntas sin sentido" —dijo Rahm, el Fremen de Arrakis, con voz áspera. Sus ojos azules sin blanco brillaban con intensidad.

Un holograma apareció de repente en el centro de la mesa: una figura encapuchada.

"Hablen de lo que hace único a su mundo. Al final, sabrán por qué están aquí".

Y así comenzó el debate.


"En Naboo, el arte y la política van de la mano" —dijo Kael con orgullo—. "Nuestras ciudades flotantes, nuestra democracia… y, por supuesto, la Reina Amidala, la más grande líder que hemos tenido".

"Democracia" —bufó Rahm—. "En Arrakis, solo sobrevive el fuerte. No hay tiempo para votaciones cuando los gusanos de arena pueden devorarte".

"En Namek, vivimos en armonía con la naturaleza" —intervino Ghorak—. "No necesitamos gobiernos. Solo el Gran Patriarca guía nuestro destino".

"¿Y qué hay de tu gente?" —preguntó Sylwanin, inclinándose hacia él—. "Los Na’vi vivimos en conexión con Eywa. Nuestros ancestros nos guían a través del Árbol de las Almas".

"En la Tierra, tenemos de todo… y nada" —suspiró Lena—. "Ciudades gigantes, tecnología, pero también guerras y contaminación".

"Los Yautja valoramos el honor" —dijo Dakkar, golpeando el pecho con un puño—. "Cazamos a los más fuertes. Es nuestra tradición".

"¿Cazar? Eso es primitivo" —se burló Kael.

"No más primitivo que adorar árboles" —replicó Dakkar, señalando a Sylwanin.

El ambiente se tensó.


El Secreto de la Reunión

De pronto, el holograma reapareció.

"Han hablado de sus mundos, pero hay algo que no saben".

Un mapa estelar se proyectó sobre la mesa, mostrando los seis planetas.

"Sus civilizaciones están conectadas. No por accidente, sino por diseño".

"¿Qué?" —gritó Lena.

"Ustedes son experimentos" —continuó la voz—. "Cada planeta fue sembrado por una raza antigua, para ver qué tipo de sociedad surgiría".

"¡Eso es imposible!" —rugió Ghorak.

"Namek fue creado para probar la paz absoluta. Arrakis, para la supervivencia extrema. Pandora, para la simbiosis perfecta con la naturaleza. La Tierra, para el caos y la adaptación. Naboo, para la política ideal. Y los Yautja… ustedes fueron diseñados para ser los depredadores definitivos".

Un silencio helado llenó la sala.

"¿Entonces… nada de lo que somos es real?" —preguntó Sylwanin, con voz temblorosa.

"Es real, pero no natural" —respondió el holograma—. "Ahora, el experimento ha terminado".

Las paredes comenzaron a desmoronarse, revelando el vacío del espacio.

"¿Qué significa eso?" —gritó Rahm.

"Que sus mundos serán reiniciados".

Y entonces, uno a uno, comenzaron a desintegrarse.

El último en desaparecer fue Lena, quien alcanzó a musitar:

"Quizás en el próximo ciclo… lo hagamos mejor".

Y la oscuridad lo envolvió todo.

FIN.

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