Mundial de Clubes 2025, fracasos, aciertos y futuro
- Einjander
- 20 may
- 3 Min. de lectura
El fútbol, ese fenómeno que oscila entre lo sagrado y lo profano, está a punto de presenciar un experimento sin precedentes: el Mundial de Clubes 2025, un torneo que promete redefinir las fronteras del deporte rey mientras expone las tensiones irresueltas entre pasión, poder y lucro. Con 32 equipos —desde el Manchester City hasta el Al-Ahly— compitiendo en Estados Unidos bajo un formato idéntico al de los mundiales de selecciones, este evento no es solo una innovación deportiva; es un espejo de las contradicciones de la FIFA, un laboratorio de deseos colectivos y un termómetro de hasta qué punto el fútbol ha dejado de ser un juego para convertirse en un producto global.
I. La Génesis de un Coloso: ¿Historia o Desesperación?
El nuevo formato, que reemplaza el obsoleto torneo de siete equipos, nace de una ambición declarada: crear un "auténtico campeonato del mundo". Pero detrás de esta retórica yace una realidad incómoda. La FIFA, bajo el liderazgo de Gianni Infantino, ha sido acusada de priorizar la expansión comercial sobre la integridad deportiva. El calendario ya saturado —denunciado por FIFPRO— se verá agravado por este megaevento en junio-julio de 2025, donde jugadores exhaustos después de temporadas de 11 meses enfrentarán "presiones físicas y mentales extremas". ¿Es esto realmente un avance para el fútbol, o el síntoma de una organización que, como señaló UEFA, "pone sus intereses políticos y económicos por encima del juego"?
El contraste con el Mundial Femenino es revelador: mientras la FIFA lucha por obtener derechos televisivos justos para las mujeres ("100 veces menores que los masculinos", según Infantino), este torneo masculino ya promete repartir 1,000 millones de dólares en premios, con 40 millones para el campeón. La paradoja es evidente: se invoca la "globalización del fútbol" mientras se profundizan las desigualdades.
Messi, León, Infantino y transmisión
La participación del Inter Miami como representante anfitrión —a pesar de no haber ganado la Concacaf Champions League— es un guiño calculado al marketing. La presencia de Lionel Messi, ahora icono de la MLS, garantiza audiencias masivas y patrocinios millonarios. Pero también plantea una pregunta incómoda: ¿es este un torneo deportivo o un espectáculo mediático? La FIFA parece haber aprendido de la NBA: las estrellas venden más que los méritos competitivos. Mientras el León de México —legítimo campeón de Concacaf— fue excluido por "multipropiedad" (un fallo del TAS que le costó 9.5 millones de dólares), el Inter Miami accede por invitación. La justicia deportiva, aquí, parece medirse en dólares.
El veto al León no es un mero incidente administrativo; es un síndrome del fútbol moderno. El club mexicano, propiedad del Grupo Pachuca, fue penalizado por un tecnicismo (el artículo 10 del reglamento contra la influencia compartida), a pesar de haber ganado su lugar en el campo. Este episodio revela la hipocresía de un sistema que tolera la multipropiedad en ligas nacionales (como en México, donde grupos como Orlegi controlan múltiples equipos), pero la castiga cuando conviene a intereses mayores. El mensaje es claro: las estructuras de poder —no el mérito— determinan quién juega en la élite.
La FIFA ha convertido este torneo en una apuesta audaz por capturar mercados emergentes. Con partidos en horarios accesibles para América y Europa, y con una cobertura que rivalizará con la Copa del Mundo de selecciones, el riesgo es la saturación. ¿Realmente el público anhela ver al Fluminense contra el Ulsan HD, o este formato diluye la magia de los encuentros épicos? La comparación con el fracaso comercial del Mundial de Clubes anterior —donde la audiencia decayó— sugiere que más no siempre es mejor.
Detrás de este proyecto está Gianni Infantino, cuyo liderazgo ha sido marcado por la polémica. Desde su cercanía con Donald Trump y líderes saudíes hasta su manejo opaco de los derechos humanos en Qatar y Arabia Saudita, el suizo encarna la fusión entre fútbol y geopolítica. Su visión de un "fútbol global" parece traducirse en más torneos, más equipos y —sobre todo— más ingresos. Pero como advirtió Bernd Neuendorf de la DFB: "La expansión desmedida daña la esencia del deporte".
¿El Amanecer de una Era o el Ocaso de la Autenticidad?
El Mundial de Clubes 2025 puede ser dos cosas simultáneamente:
Un hito deportivo: La primera vez que los mejores clubes del mundo se enfrenten en un formato legítimo, creando duelos como el Real Madrid vs. Al-Hilal o el Flamengo vs. Chelsea.
Un síntoma de decadencia: La mercantilización extrema, el cansancio de los jugadores y la manipulación de las reglas para beneficiar a élites.
En el corto plazo, veremos fuegos artificiales: goles de Messi, hinchadas vibrantes y récords de audiencia. A largo plazo, este torneo definirá si el fútbol puede equilibrar su alma popular con su ambición corporativa. Como escribió Eduardo Galeano: "El fútbol es el espejo del mundo, pero a veces refleja solo lo que el poder quiere mostrar". El Mundial de Clubes será, precisamente, ese espejo. ¿Qué imagen elegiremos creer?
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