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"Pepe" Mújica: El Santo y el Complotista

  • Foto del escritor: Einjander
    Einjander
  • 13 may
  • 3 Min. de lectura

No hay figura política contemporánea que encarne con tanta fuerza la contradicción entre el mito y la realidad como José Mújica. El expresidente uruguayo ha sido elevado a la categoría de santo laico: un hombre que renunció a casi todo —el 90% de su sueldo, una vida materialista, los privilegios del poder— para encarnar una suerte de humildad revolucionaria. Su discurso, una mezcla de filosofía campechana y marxismo terrenal, ha resonado en un mundo sediento de autenticidad. Pero detrás de esa imagen construida con esmero, hay sombras que pocos se atreven a explorar: su supuesta cercanía con los Rockefeller, una de las dinastías más poderosas del capitalismo global. ¿Cómo reconciliar al Mújica que predica la austeridad con el Mújica que, según algunos, coqueteó con los mismos poderes que dice combatir?


El Mito del Hombre Simple: ¿Santidad o Estrategia?

Mújica no es un político cualquiera; es un personaje literario, una figura que parece salida de una novela de Dostoievski o de un poema de Benedetti. Su retórica está llena de frases que podrían ser versos: "No soy pobre, soy sobrio", "La libertad se conquista con menos y no con más". Es imposible no sentir una cierta emoción ante un hombre que vive en una granja humilde, cultiva flores y conduce un escarabajo viejo. Pero, como bien sabía Nietzsche, "toda moral es una interpretación, y toda interpretación es un síntoma de poder".


¿Acaso Mújica no ha construido, conscientemente, una imagen que le permite existir por encima de la crítica? Su austeridad no es solo un estilo de vida, es un escudo. Cuando un político vive como un monje, ¿quién se atreve a cuestionar sus alianzas, sus contradicciones? El poeta Eduardo Galeano, otro uruguayo universal, escribió alguna vez que "los héroes son peligrosos porque terminan siendo utilizados por los mismos que ellos denunciaron". ¿Podría ser Mújica, en su antiheroísmo calculado, el héroe perfecto para un sistema que necesita figuras inocuas, rebeldes domesticados?


Los Rockefeller: ¿Aliados Ocultos o Fantasmas Convenientes?

Aquí es donde la narrativa se quiebra. En 2014, Mújica recibió en Uruguay a David Rockefeller Jr., heredero de una de las fortunas más grandes del mundo, y uno de los nombres clave en las teorías de conspiración sobre el "gobierno mundial". Las fotos de ambos sonriendo, en un encuentro supuestamente casual, despertaron sospechas. ¿Qué hacía el presidente más humilde del planeta reunido con un símbolo del capitalismo más voraz?

Hay dos lecturas posibles, y ambas son incómodas.


La primera es que Mújica, en su pragmatismo, entendió que incluso los revolucionarios necesitan dialogar con el poder real. Después de todo, el Che Guevara, en su juventud, también tuvo contactos con la CIA antes de volverse su enemigo acérrimo. Quizá Mújica, como buen tupamaro reconvertido en estadista, sabe que la política es el arte de lo posible, y que a veces hay que negociar con el diablo.


La segunda lectura es más oscura: que Mújica, lejos de ser un disidente auténtico, es parte de una estrategia mayor para darle un rostro humano al sistema. Los Rockefeller, desde hace décadas, han financiado proyectos "progresistas" —ecológicos, de desarrollo sostenible— que, en el fondo, no cuestionan las estructuras de poder. ¿Es Mújica un peón útil en este juego? ¿Su imagen de rebelde sabio es, en realidad, una cortina de humo para un capitalismo que se recicla sin cambiar?


El Legado: ¿Ejemplo o Advertencia?

Mújica es, sin duda, un espejo en el que muchos presidentes deberían mirarse. Su rechazo al consumismo, su defensa de los derechos humanos, su coherencia vital, son antídotos contra la corrupción y la hipocresía de la política tradicional. Pero también es un recordatorio de que ninguna figura pública es transparente, de que detrás de cada mito hay intereses, silencios, contradicciones.


El músico Bob Dylan, otro maestro de las máscaras, cantaba: "I wish I could give you all my love, but all I can give you is a mask" ("Ojalá pudiera darte todo mi amor, pero solo puedo darte una máscara"). Mújica, como Dylan, sabe que la autenticidad es también un performance.


Al final, su legado no es el de un santo ni el de un traidor, sino el de un hombre que, como todos, navega entre sus ideales y las realidades del poder. Y eso, quizás, es lo más humano —y lo más valioso— de su historia. Porque, como escribió el filósofo Slavoj Žižek: "La verdadera ideología no está en lo que decimos, sino en lo que hacemos a pesar de lo que decimos".


Mújica, en su paradoja, nos obliga a preguntarnos: ¿cuánto de nuestro discurso es convicción, y cuánto es teatro? ¿Y cuánto estamos dispuestos a perdonar en nombre de un ideal?

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