Saqueo corporativo y el silencio de los sedientos
- Einjander
- 17 jun
- 4 Min. de lectura
El Río que ya no canta
Hay pueblos donde el agua no se bebe, se llora. Comunidades que un día tuvieron ríos claros y pozos profundos, y que hoy solo guardan la memoria líquida de lo que fue. Las empresas trasnacionales llegan como vendavales de progreso, prometiendo empleo y desarrollo, pero su huella es un paisaje marchito: acuíferos agotados, tierras agrietadas, y una sed que no se sacia con promesas. Este ensayo es un recorrido por el mapa global de la desecación, una indagación filosófica sobre el agua como derecho y como botín, y un testimonio periodístico de cómo el capitalismo extractivista convierte el líquido vital en mercancía desechable.
El Mecanismo del saqueo
Las corporaciones que explotan el agua operan bajo una lógica perversa: la ilusión de la abundancia infinita. Empresas como Nestlé, Coca-Cola o mineras como Barrick Gold extraen millones de litros diarios de mantos acuíferos, mientras las comunidades vecinas reciben agua en pipas o deben comprar —irónicamente— botellas de la misma empresa que les secó el pozo.
Y de esto, hay ilustraciones. En México, la Coca-Cola consume 1.08 millones de litros de agua por hora en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, mientras indígenas tzotziles caminan kilómetros para llenar garrafones. En Chile, las mineras de litio en el Salar de Atacama extraen 2 millones de litros diarios, dejando a los pueblos atacameños sin acceso a sus vertientes ancestrales. El pensador francés Michel Foucault hablaba de la "biopolítica", el control de la vida a través de la gestión de recursos. Hoy, las empresas ejercen un "hidropoder": deciden quién vive y quién muere de sed.
El ecólogo Garrett Hardin teorizó sobre la "tragedia de los comunes": si un recurso es de todos, nadie lo cuida. Pero en este caso, el agua no es de todos: es robada por unos pocos, con contratos amañados y gobiernos cómplices. En Perú, la minera Southern Copper contaminó el río Tambo, dejando a 30,000 agricultores sin riego. La empresa, con el aval de gobiernos que le permitieron llegar y movilizarse sin previsiones, simplemente se fue. El río sigue envenenado. En India, Pepsi y Coca-Cola secaron pozos en Kerala, dejando a mujeres como Mylamma —una activista que lideró la resistencia— peleando hasta su muerte contra gigantes que nunca miraron atrás. El desarrollo tiene una paradoja, y es que, las empresas prometen prosperidad, pero solo dejan facturas, lo que es un punto a favor del trabajo, aunque temporal, pero un punto en contra, y mucho más duradero al impacto del agua y a las tierras que, muchas veces quedan estériles para siempre.
Silencio postcorporativo
Cuando el agua se acaba, las empresas se evaporan. No hay indemnizaciones, ni reparaciones. Solo migajas: un camino pavimentado, una escuela medio construida. Estos sollozos dejan huellas imborrables que deben ser replicadas para que todos sean responsables: gobiernos, empresas y comunidades. En Villa de Zaachila, Oaxaca, la embotelladora Bonafont (de Danone) extrajo agua por décadas hasta secar los manantiales. Cuando los pobladores protestaron, muchísimos años después, la empresa contestó de la forma constante en que las multinacionales lo hacen: cerró… y dejó un desierto. Hoy, las mujeres caminan 6 horas diarias por agua. El sociólogo Zygmunt Bauman hablaba de la "modernidad líquida", donde todo es fugaz. Las empresas aplican esto al pie de la letra: extraen, explotan, y se esfuman, dejando solo sequía y deudas.
Los que se niegan a morir de sed
Pero hay quienes no claudican. Desde las abuelas kichwas que bloquean mineras en Ecuador, hasta los activistas de Detroit, que luchan contra los cortes de agua a pobres en pleno EE.UU., la resistencia es global. Hay casos que deberían inspirar a las comunidades: Berta Cáceres, asesinada por defender el río Gualcarque en Honduras, es un caso al que ya nadie voltea, por que su crimen sigue impune, pero su lucha crece en cada grito contra las represas. En México, los yaquis en Sonora, que ganaron una batalla legal contra un acueducto que robaba su agua, también son un ejemplo de un pueblo que luchó, no solo contra una gigantesca empresa, sino contra la maquinaria gubernamental que ya tenía apalabrada, o comprada, la cesión de millones de litros cúbicos de agua, aunque esa guerra sigue.
Como escribió Eduardo Galeano: "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo". Las empresas convierten el agua en oro, pero el oro no se bebe. Cuando los últimos ríos sean tubos de empresas, ¿qué beberán los hijos de los ricos? ¿Valen más las ganancias de unos cuantos que la vida de millones? Mientras, en los pueblos secos, los niños siguen preguntando: —"Abuelo, ¿era verdad que antes el agua salía de la tierra?"., los abuelos, con los ojos llenos de polvo, responden: —"Sí, hijito… pero se la llevaron en camiones".
Este ensayo no es solo tinta digital. Es un grito. Una denuncia. Una gota en el océano de voces que exigen: el agua como derecho humano, no como negocio, justicia para los pueblos envenenados, leyes que castiguen el ecocidio como crimen de lesa humanidad, y una alerta a aquellos lugares en donde llegará la prosperidad vestida de fábrica con trompas gigantescas que secarán sus ríos... porque el día que el último pozo se seque, ni el dinero ni los discursos calmarán la sed. ¿Qué haremos antes de que sea tarde?
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